lunes, 3 de agosto de 2009

SIEMPRE PROMESA

En las diferentes épocas, el niño ha sido lo que se espera que sea. El sistema educativo actual como el de hace siglos está centrado en las futuras generaciones. No obstante, el anhelo de ser de cada sociedad varía conforme a los factores que la afectan, los que en ella influyeron y los campos de acción futuros. La creciente economía, por ejemplo, arrasa con su dinámica mercantilista e impone el ritmo acelerado de las tasas en la vida privada del hombre. En la educación, los rencores, las frustraciones, las virtudes, los modelos, la ambición, y otros tantos pesares e ilusiones de los padres y maestros, van marcando al niño en sus primeros años. Sea en una institución o fuera de ella hemos sido producto de. Hasta este punto se haya definido el niño como la promesa de lo que se pudo ser, de lo que se quiere llegar a ser, el fruto de la “preciosa educación temprana” de la que habla Rafael Pombo en uno de sus poemas; pero ¿Tenemos hoy la misma concepción?

El niño no es más una masa moldeable, es un ser humano con derechos y deberes, a quien se le tiene en cuenta en todas sus dimensiones. Este mismo paso nos ha reivindicado en la justicia y la igualdad y nos ha costado un cambio significativo en los esquemas de autoridad tradicionales. El maestro y los padres dejaron de tener la última palabra para convertirse en los guías y compañeros. El niño empieza a construir para sí un mundo pluricultural que ha llegado a él a través de los medios de comunicación masiva y los avances tecnológicos donde la diversidad de opciones le otorgan la autoridad de escoger cómo, dónde y cuándo. La interacción directa con el otro desaparece desde la etapa del juego y los valores de la familia, la escuela y la iglesia son reemplazados por los valores del primer mundo.

En este sentido el niño es una persona multidimensional que adapta el entorno de acuerdo a sus demandas, que hace que el sistema educativo entre en crisis cada vez que no es capaz de responder a sus necesidades inmediatas, el niño modifica y autoriza. Sin embargo, existen casos en que ni la sociedad, ni los padres, ni los maestros somos tan justos e igualitarios. La sobrepoblación y la pobreza han llevado a las aulas cantidades de pequeños mundos, seres humanos complejos que no tienen la oportunidad de ser escuchados y de ejercer esa autoridad que tienen otros. El niño, por lo tanto, sigue siendo para la educación la promesa que la sociedad demanda.