jueves, 13 de agosto de 2009

LA DOCENCIA FRENTE A LAS ACTUALES TENDENCIAS DELA EDUCACIÓN

La educación en Colombia aborda tantas problemáticas que estudié para convertirme en maestra. Quizá la voluntad de un espíritu no haga la diferencia, pero se tiene la posibilidad de contagiar a más de uno con sus ideas, con sus propósitos y sus sueños.

Sabemos que las tendencias educativas actuales hacen que la relación entre cobertura y calidad sea inversamente proporcional. Las nuevas políticas del estado vendieron una idea de autonomía financiera que llenó las aulas de clase y empezó a afectar a la comunidad educativa en general; por cada educando matriculado la institución recibe un estímulo económico, sin embargo, no aumentan el personal requerido, los espacios físicos ni los equipos que garanticen un buen funcionamiento de la escuela.

En este panorama el maestro parece estancarse. Su esfuerzo y su experiencia tienen un reconocimiento profesional y económico pobre o nulo. Lejos de ser el paraíso intelectual, la escuela se convierte en una experiencia aniquiladora que adormece el ingenio y nos enseña a sufrir con paciencia los defectos de los demás. Está prohibido aburrir al educando, la atención fotográfica del estudiante obliga al maestro a abordar los contenidos en el menor tiempo posible y a través de métodos interactivos que partan de la iniciativa del propio estudiante, aunque pierdan el objetivo académico.

Además, se tiene por supuesto que el maestro está designado a corregir al niño, a formarlo, instruirlo y prepararlo para enfrentar las demandas y ofertas del mundo en globalización. La primera paradoja en este planteamiento está en concebir al maestro como un fracasado predestinado a la pobreza, pero a quien al mismo tiempo se le confía la educación de los ciudadanos del futuro. En segundo lugar encontramos la evasión de los padres de familia respecto a la labor educativa; en este caso el temor a asumir la autoridad y a abandonar la juventud está negando a los niños la posibilidad de tener una primera socialización donde se prepara para enfrentar luego la etapa de la escuela. Lo anterior crea un conflicto en la medida que el educando estará desarrollando una etapa de su formación en un contexto que no corresponde, un fracaso en esta situación podría determinar esquemas de comportamiento que afecten al individuo hasta la adultez. En tercer lugar está la escandalización frente a la avalancha de modelos e información que reciben la niñez y la juventud y su manera de interpretarlos, y cómo la escuela y los maestros deben lograr un equilibrio “sano” por así decirlo. En cualquiera de estas tres situaciones la figura del maestro resulta la más recurrente pese a considerarlo incapaz de mayores logros.

En este sentido, nos encontramos con la dificultad de tener un poder restringido y temporalmente concedido que podemos utilizar siempre y cuando sea en servicio de la sociedad. En nuestra labor, la modernidad ha implantado generosamente un sinnúmero de dilemas que nos señala como responsables de una transformación positiva que parta desde la negación hacia el enfrentamiento de la misma modernidad. La televisión, la internet, los juegos de video, las drogas, el sexo, la religión, la ética y la sociedad de consumo bombardean desde la primera infancia; es frente a estos aspectos que debemos concienciar a los educandos, pero pretenden que lo hagamos prohibiendo su uso y mitificando su existencia.

En suma, nuestro sistema educativo plantea tantos retos que nunca es tarde para asumir la responsabilidad de ayudar a que otros encuentren el camino a partir de nuestra orientación.